Friday, May 26, 2006
Thursday, May 04, 2006
Wednesday, May 03, 2006
Epílogo a la Amenaza de los Tuleph
Parte Dos: Oscuridad en Irkmalan.
Agazapado en su puesto, Curbath iba de una idea a otra sin orden. El caos se apoderaba de su mente y le nublaba la conciencia. Desde hacía casi una hora intentaba comunicarse con alguien, con la patrulla, con su teniente, pero ninguno respondía, no importaba cuán fuerte concentrara su pensamiento en la idea de las armadas que afuera, en la llanura, comenzaban a hacer redoblar los tambores.
La idea de intentar enviarle un pensamiento a Brêwien rozaba su mente, pero un miedo atroz le congelaba los ánimos. Su señor era un ente impredecible: lo mismo hubiera podido darle gloriosa recompensa por aquel comunicado, o podía condenarlo a la muerte más atroz si el contenido de su idea lo molestaba. No era cosa de viles centinelas enlazar su mente a la del señor de Irkmalan.
El estentóreo sonido de un cuerno lo sobresaltó. Volvió a asomar los ojos por la grieta de Lusûin para cerciorarse de las acciones de las armadas. Todas guardaban posición. Escoltas de heraldos se habían adelantado a las formaciones de infantería y entonaban potentes himnos de guerra con cuernos y tambores.
Curbath se puso de pie con decisión y desenvainó la espada. Lenta, dolorosamente, desplegó las alas entumecidas por la posición y comenzó a estirar los cartílagos cubiertos de plumas. Giró sobre sí mismo y se alistó para cruzar a vuelo el amplio sistema de túneles y cámaras que separa a Lusûin de Irkmalan. Entonces una voz lo detuvo.
-¿Qué haces en tu puesto?- dijo la voz.
Mirando sobre su hombro derecho, encontró el origen. La guardia matutina había llegado. Eran tres tuleph que volaban hacia él, con arneses de doble tirante sobre los pechos. El que venía al frente era Fargo, uno de los pocos tenientes que hacían labores de patrulla.
-Cumplo mi guardia, señor- respondió Curbath, tenía el talante sombrío e impregnado de una palidez cadavérica.
-¿Porqué no ha acudido a la cámara magna, como se le ordenó?- Fargo pisaba ya la dura roca de la cueva, dirigiéndose presto a él.
-¿Có-cómo se me ordenó, señor?- tartamudeó. El rostro imponente de Fargo ya se hallaba a muy poca distancia del suyo, la horrible cuenca vacía de su ojo izquierdo se dirigía directamente hacia él, como si pudiera verlo con el ojo inexistente.
-¡El colmo!- gritó Fargo, manoteando- Otro vigía que alega no haber escuchado el mandato de Lord Brêwien. ¡No son más que una horda de imbéciles!
Curbath quiso decir algo, pero la voz se le ocultó en la garganta. Fargo se había llevado la mano a la nuca y empuñado su espada. La desenvainó en un movimiento rápido, pero no hizo nada más. Se quedó quieto un momento, con la vista de su ojo único perdida, como si escuchase un mandato invisible. Tardó varios segundos en moverse.
-En marcha- dijo a los dos tuleph a sus espaldas- También tú- dijo apuntando con el dedo a Curbath.
Ultak abrió los ojos, todavía confundido. Sentía el cuerpo como si unas manos poderosas lo hubieran sujetado de las tripas y lo hubieran vuelto de revés sólo para volver a enderezarlo segundos después. Lenta, confusamente, las imágenes llegaban a su mente. Recordó que en su último momento conciente estaba en el salón de conferencia de Igliath, escuchando a Maese Unth. Syuss estaba a su lado, de pie junto a una enorme lámpara de aceite; Briêna, sentada en un mullido sillón, tenía las manos en las rodillas. El fuego de las lámparas chisporroteaba, cambiando las imágenes de forma y consistencia a cada momento.
Había otra figura en el salón. Una figura muy negra, de largos cabellos blancos. No lograba precisar su rostro, la mente le jugaba una mala pasada cuando intentaba fijar una imagen por demasiado tiempo.
-¿Estamos completos?
La voz de Syuss, un tono neutro, impasible, sonó apagada. El athani se había puesto de pie y buscaba algo a tientas. En medio de su desorientación, Ultak recordó que los humanos no podían ver en las tinieblas cerradas.
-Creo que sí- dijo otra voz. Ultak la ubicó detrás de sí. Era Briêna. Se había posado en cuclillas y tallaba su mano en la tela de los pantalones, removiendo algo viscoso.
-Animal- dijo Syuss. Ultak profirió un bufido sonoro -Sí, estamos completos.
-Ultak- musitó Briêna- Supongo que eres el guía. Es muy pobre mi visión en un lugar tan profundo.
El semi orco resopló. No le gustaba tener papeles tan poco violentos en el grupo. Lo suyo era golpear, triturar, abrirle el cráneo a lo que osara hacerle frente. Además seguía sin encontrar respuestas en su cabeza. Estaba mareado. Briêna y Syuss, a escasa distancia de él, eran un par de figuras visibles en matices de gris y negro. Syuss veía hacia la nada, esperando una respuesta que no llegaba.
-¿Qué buscamos?- preguntó Ultak.
-Vaya pregunta- dijo Syuss- Buscamos cualquier cosa que asemeje un aposento real. Aunque dudo que criaturas tan burdas como estas tengan algo así.
-Preocupémonos por encontrar un camino hacia algo grande, por lo pronto- terció Briêna.
-Hacia allá- interrumpió el semi orco. Llevó ambas manos a su espalda y retiró el hacha gigantesca de su arnés.
-¿Qué ves en esa dirección?- cuestionó la elfina.
-El túnel se prolonga mucho. No alcanzo a ver más allá de él.
-Entonces ¿por qué eliges ese camino?
-Porque es el único. Estamos al final del sistema de túneles, en un punto ciego.
Syuss había comenzado a acercarse orientado por las voces, caminaba muy cerca de las paredes de roca, en la que apoyaba la mano izquierda para mantener un avance más o menos rectilíneo. Ultak caminaba mucho más lento de lo habitual para permitirle a sus compañeros mantenerse cerca.
Casi media hora después la compañía sintió un poco de alivio, el túnel se ensanchaba en una cámara bastante amplia y alta donde se respiraba mejor. Había una antorcha en un extremo y otra en el opuesto. Era una iluminación pobrísima, pero en aquel momento a Briêna y Syuss les pareció como un enorme sol en la penumbra. Ultak resopló con gravedad y señaló algunos trazos en la roca. Eran trazos muy rudimentarios, como marcas de contabilización.
-Cámaras para contar a los esclavos de paso- aventuró Briêna. Sus compañeros asintieron muy serios. A Ultak comenzaba a dibujársele el relieve de algunas venas en la frente.
Volvieron a introducirse en el sistema de túneles, eligiendo uno que por su amplitud parecía más apto para el tránsito de tuleph que el de sus esclavos.
-¿Porqué no haces un poco de luz? Pareces un hurón deslumbrado- dijo Ultak a Syuss mientras una amplia sonrisa le surcaba los labios. Su colmillo inferior izquierdo sobresalía notoriamente hasta cubrir su labio superior.
-No siento deseos de atraer a cientos de tuleph hacia acá. Sería tan prudente como darle bofetadas a un dragón adulto.
El semi orco volvió a reír con un eco gutural. Llevaba el hacha fuertemente sujeta con ambas manos. De vez en cuando las runas que tenía inscritas en el filo destellaban pequeños haces de luz platinada.
Siguieron la caminata, decidiendo las rutas en el momento y tratando de no tomar dos veces el mismo túnel. Cada tanto tiempo los largos pasillos de roca se ensanchaban y convertían en grandes cámaras con dos o más antorchas de fuego azulado.
Al doblar en un recodo que comunicaba un túnel con otros dos, Briêna se detuvo abruptamente. Recargó la espalda contra la fría piedra y tensó al máximo la cuerda de su arco, donde sostenía una larga y afilada flecha de abeto.
Una manaza detuvo a Syuss por el pecho. Intentó preguntar qué pasaba, pero Ultak profirió un rápido “Chist”. El semi orco y la elfina se contemplaron por breves segundos. Ella relajó la cuerda y se llevó el dedo índice al oído. Ultak se acercó al recodo y aguzó el suyo. Lejos, quizá al final del largísimo túnel, se oía el batir de varias docenas de alas. No se oían voces, pero el eco de aquellos aleteos daba la idea muy clara de que no había murciélagos tan grandes.
La guerrera hizo nuevas señas con las manos, indicando que los sonidos se alejaban. Instantes después se acercó al mago y le susurró al oído:
-Hemos escuchado tuleph. Se mueven volando al final de este túnel. Este debe ser buen camino.
El athani asintió. Dio un golpe ligero en la espalda de Ultak, para adelantarlo. Los brillos inconstantes del hacha eran como un faro para sus ojos humanos. Cuánta falta comenzaba a hacerle su búho.
Al final del túnel encontraron otra bifurcación, sin rastros de movimiento. No había nada que señalara el paso de tuleph por ahí. Briêna, sin embargo, estaba segura de que en esa dirección se había escuchado el traslado. Tomaron el túnel de la derecha.
Mientras avanzaban, leves sonidos fueron definiéndose en la distancia. Se originaban enfrente, parecían voces, voces hablando en infernal. Voces que subían de tono. Voces que ahora estaban gritando y que era obvio que no estaban nada complacidas.
-¿Cuántos?- Preguntó Briêna comenzando a meter flechas entre sus dedos.
Ultak dio pasos tan silentes como un insecto y asomó con una calma pasmosa la cabeza al otro lado del túnel. Luego estiró la mano hacia atrás, levantando cuatro dedos, y luego uno más.
-Cuatro que pueden pelear, uno incapacitado- le susurró Briêna a Syuss.
Un sonido clarísimo sobresaltó a los dos rezagados. Un latigazo silbó en el aire y se estrelló claramente contra una piel dura. Se escuchó un gemido y lo que pareció una maldición en infernal. Fue cuestión de instantes antes de que Ultak aferrara el hacha con ambas manos y emprendiera la carga hacia el final del túnel, rugiendo como fiera. Briêna corrió tras él, tensando al máximo la cuerda del arco y soltó tres sibilantes proyectiles en direcciones distintas.
Syuss, que se había quedado solo, cerró fuertemente los ojos y sus labios empezaron a proferir la lengua prohibida de los Athani: el alto dracónico.
-Aphiliae, Karnae lashe in tornae, draconii sum- resonaron las palabras con un grave y profundo eco en la caverna. Entonces sucedió que un dolor terrible se clavó en el vientre del athani, quien se dobló sobre sí mismo con las manos empuñadas sobre el torso. Un quejido constante fue escapando de sus labios y tornándose cada vez más gutural hasta convertirse en un gruñido. El dolor se volvió insoportable y de pronto cesó. Syuss contempló sus manos, que ya no estaban ahí; en su lugar había un par de garras cubiertas de duras escamas y uñas largas y afiladas.
Se escucharon dos golpes huecos y varios zumbidos. La batalla entre tuleph, semiorco y elfina había dado inicio.
Al dar su décimo paso, Ultak había llegado hasta el lugar donde cuatro tuleph castigaban a Curbath, quien, de rodillas, soportaba los latigazos. Tenía las alas atadas a las manos y éstas a los tobillos. El más alto de los tuleph sostenía el látigo en la mano derecha, le faltaba un ojo y se notaba que su jerarquía era mayor por la simple expresión del rostro. El hacha de Ultak se dirigió certeramente hacia él, abriéndole una herida monstruosa en el pecho y salpicando las paredes de roca de una sangre grisácea y viscosa. La reacción de otros dos tuleph se vio bruscamente cortada por las flechas que les atravesaron la piel y se incrustaron en sus cuerpos. El último de ellos levantó la espada y dirigió un grito lleno de ira hacia Briêna, pero antes de descargar su golpe sintió cómo seis filos agudos le desgarraban la espalda. Giró en redondo para encontrar al enemigo, pero lo único que se encontró fue a una criatura de horribles ojos amarillos que le contemplaba con una rabia visceral. El rostro totalmente cubierto de escamas negras era casi el de un dragón, y largos colmillos sobresalían de las fauces abiertas. Su cuerpo estaba cubierto de túnicas negras, pero era fácil suponer que todo el cuerpo estaba protegido por aquellas gruesas escamas. La expresión de miedo que apareció entonces en el rostro del tuleph desapareció tras el potente garrazo que le desfiguró la cara.
El contraataque fue furioso, pero caótico. Entre atemorizados y sorprendidos, de los cuatro tuleph que estaban en condiciones de dar pelea, dos descargaron sus filos contra Ultak y Briêna, hiriéndolos ligeramente, mientras los otros dos intentaban dar muerte a aquel hombre dragón. Sin embargo, antes de que llegaran a atacarlo, dos potentes alas cartilaginosas surgieron de su espalda y se agitaron con fuerza, elevándolo hasta casi tocar el techo de roca. Los tuleph desplegaron también sus alas, pero no habían emprendido aún el vuelo cuando el monstruo emitió sonoros gritos:
-¡Glaciae anphil drokön!
Y tras este comando, el aire estático de la caverna se concentró en círculos ascendentes alrededor de la criatura y fue congelándose por obra de un arte secreto, formando agudos filos de hielo que parecían danzar en derredor del hombre dragón, a una velocidad meteórica. Las garras se abrieron a ambos lados del cuerpo y los filos de hielo cortaron, desgarraron, hirieron, laceraron y desaparecieron. La cueva quedó en silencio. Cuatro cuerpos yacientes, sangre gris derramada en grandes charcos. El dragón cayó al suelo, gimió lastimeramente y volvió a convertirse en Syuss.
Agazapado en su puesto, Curbath iba de una idea a otra sin orden. El caos se apoderaba de su mente y le nublaba la conciencia. Desde hacía casi una hora intentaba comunicarse con alguien, con la patrulla, con su teniente, pero ninguno respondía, no importaba cuán fuerte concentrara su pensamiento en la idea de las armadas que afuera, en la llanura, comenzaban a hacer redoblar los tambores.
La idea de intentar enviarle un pensamiento a Brêwien rozaba su mente, pero un miedo atroz le congelaba los ánimos. Su señor era un ente impredecible: lo mismo hubiera podido darle gloriosa recompensa por aquel comunicado, o podía condenarlo a la muerte más atroz si el contenido de su idea lo molestaba. No era cosa de viles centinelas enlazar su mente a la del señor de Irkmalan.
El estentóreo sonido de un cuerno lo sobresaltó. Volvió a asomar los ojos por la grieta de Lusûin para cerciorarse de las acciones de las armadas. Todas guardaban posición. Escoltas de heraldos se habían adelantado a las formaciones de infantería y entonaban potentes himnos de guerra con cuernos y tambores.
Curbath se puso de pie con decisión y desenvainó la espada. Lenta, dolorosamente, desplegó las alas entumecidas por la posición y comenzó a estirar los cartílagos cubiertos de plumas. Giró sobre sí mismo y se alistó para cruzar a vuelo el amplio sistema de túneles y cámaras que separa a Lusûin de Irkmalan. Entonces una voz lo detuvo.
-¿Qué haces en tu puesto?- dijo la voz.
Mirando sobre su hombro derecho, encontró el origen. La guardia matutina había llegado. Eran tres tuleph que volaban hacia él, con arneses de doble tirante sobre los pechos. El que venía al frente era Fargo, uno de los pocos tenientes que hacían labores de patrulla.
-Cumplo mi guardia, señor- respondió Curbath, tenía el talante sombrío e impregnado de una palidez cadavérica.
-¿Porqué no ha acudido a la cámara magna, como se le ordenó?- Fargo pisaba ya la dura roca de la cueva, dirigiéndose presto a él.
-¿Có-cómo se me ordenó, señor?- tartamudeó. El rostro imponente de Fargo ya se hallaba a muy poca distancia del suyo, la horrible cuenca vacía de su ojo izquierdo se dirigía directamente hacia él, como si pudiera verlo con el ojo inexistente.
-¡El colmo!- gritó Fargo, manoteando- Otro vigía que alega no haber escuchado el mandato de Lord Brêwien. ¡No son más que una horda de imbéciles!
Curbath quiso decir algo, pero la voz se le ocultó en la garganta. Fargo se había llevado la mano a la nuca y empuñado su espada. La desenvainó en un movimiento rápido, pero no hizo nada más. Se quedó quieto un momento, con la vista de su ojo único perdida, como si escuchase un mandato invisible. Tardó varios segundos en moverse.
-En marcha- dijo a los dos tuleph a sus espaldas- También tú- dijo apuntando con el dedo a Curbath.
Ultak abrió los ojos, todavía confundido. Sentía el cuerpo como si unas manos poderosas lo hubieran sujetado de las tripas y lo hubieran vuelto de revés sólo para volver a enderezarlo segundos después. Lenta, confusamente, las imágenes llegaban a su mente. Recordó que en su último momento conciente estaba en el salón de conferencia de Igliath, escuchando a Maese Unth. Syuss estaba a su lado, de pie junto a una enorme lámpara de aceite; Briêna, sentada en un mullido sillón, tenía las manos en las rodillas. El fuego de las lámparas chisporroteaba, cambiando las imágenes de forma y consistencia a cada momento.
Había otra figura en el salón. Una figura muy negra, de largos cabellos blancos. No lograba precisar su rostro, la mente le jugaba una mala pasada cuando intentaba fijar una imagen por demasiado tiempo.
-¿Estamos completos?
La voz de Syuss, un tono neutro, impasible, sonó apagada. El athani se había puesto de pie y buscaba algo a tientas. En medio de su desorientación, Ultak recordó que los humanos no podían ver en las tinieblas cerradas.
-Creo que sí- dijo otra voz. Ultak la ubicó detrás de sí. Era Briêna. Se había posado en cuclillas y tallaba su mano en la tela de los pantalones, removiendo algo viscoso.
-Animal- dijo Syuss. Ultak profirió un bufido sonoro -Sí, estamos completos.
-Ultak- musitó Briêna- Supongo que eres el guía. Es muy pobre mi visión en un lugar tan profundo.
El semi orco resopló. No le gustaba tener papeles tan poco violentos en el grupo. Lo suyo era golpear, triturar, abrirle el cráneo a lo que osara hacerle frente. Además seguía sin encontrar respuestas en su cabeza. Estaba mareado. Briêna y Syuss, a escasa distancia de él, eran un par de figuras visibles en matices de gris y negro. Syuss veía hacia la nada, esperando una respuesta que no llegaba.
-¿Qué buscamos?- preguntó Ultak.
-Vaya pregunta- dijo Syuss- Buscamos cualquier cosa que asemeje un aposento real. Aunque dudo que criaturas tan burdas como estas tengan algo así.
-Preocupémonos por encontrar un camino hacia algo grande, por lo pronto- terció Briêna.
-Hacia allá- interrumpió el semi orco. Llevó ambas manos a su espalda y retiró el hacha gigantesca de su arnés.
-¿Qué ves en esa dirección?- cuestionó la elfina.
-El túnel se prolonga mucho. No alcanzo a ver más allá de él.
-Entonces ¿por qué eliges ese camino?
-Porque es el único. Estamos al final del sistema de túneles, en un punto ciego.
Syuss había comenzado a acercarse orientado por las voces, caminaba muy cerca de las paredes de roca, en la que apoyaba la mano izquierda para mantener un avance más o menos rectilíneo. Ultak caminaba mucho más lento de lo habitual para permitirle a sus compañeros mantenerse cerca.
Casi media hora después la compañía sintió un poco de alivio, el túnel se ensanchaba en una cámara bastante amplia y alta donde se respiraba mejor. Había una antorcha en un extremo y otra en el opuesto. Era una iluminación pobrísima, pero en aquel momento a Briêna y Syuss les pareció como un enorme sol en la penumbra. Ultak resopló con gravedad y señaló algunos trazos en la roca. Eran trazos muy rudimentarios, como marcas de contabilización.
-Cámaras para contar a los esclavos de paso- aventuró Briêna. Sus compañeros asintieron muy serios. A Ultak comenzaba a dibujársele el relieve de algunas venas en la frente.
Volvieron a introducirse en el sistema de túneles, eligiendo uno que por su amplitud parecía más apto para el tránsito de tuleph que el de sus esclavos.
-¿Porqué no haces un poco de luz? Pareces un hurón deslumbrado- dijo Ultak a Syuss mientras una amplia sonrisa le surcaba los labios. Su colmillo inferior izquierdo sobresalía notoriamente hasta cubrir su labio superior.
-No siento deseos de atraer a cientos de tuleph hacia acá. Sería tan prudente como darle bofetadas a un dragón adulto.
El semi orco volvió a reír con un eco gutural. Llevaba el hacha fuertemente sujeta con ambas manos. De vez en cuando las runas que tenía inscritas en el filo destellaban pequeños haces de luz platinada.
Siguieron la caminata, decidiendo las rutas en el momento y tratando de no tomar dos veces el mismo túnel. Cada tanto tiempo los largos pasillos de roca se ensanchaban y convertían en grandes cámaras con dos o más antorchas de fuego azulado.
Al doblar en un recodo que comunicaba un túnel con otros dos, Briêna se detuvo abruptamente. Recargó la espalda contra la fría piedra y tensó al máximo la cuerda de su arco, donde sostenía una larga y afilada flecha de abeto.
Una manaza detuvo a Syuss por el pecho. Intentó preguntar qué pasaba, pero Ultak profirió un rápido “Chist”. El semi orco y la elfina se contemplaron por breves segundos. Ella relajó la cuerda y se llevó el dedo índice al oído. Ultak se acercó al recodo y aguzó el suyo. Lejos, quizá al final del largísimo túnel, se oía el batir de varias docenas de alas. No se oían voces, pero el eco de aquellos aleteos daba la idea muy clara de que no había murciélagos tan grandes.
La guerrera hizo nuevas señas con las manos, indicando que los sonidos se alejaban. Instantes después se acercó al mago y le susurró al oído:
-Hemos escuchado tuleph. Se mueven volando al final de este túnel. Este debe ser buen camino.
El athani asintió. Dio un golpe ligero en la espalda de Ultak, para adelantarlo. Los brillos inconstantes del hacha eran como un faro para sus ojos humanos. Cuánta falta comenzaba a hacerle su búho.
Al final del túnel encontraron otra bifurcación, sin rastros de movimiento. No había nada que señalara el paso de tuleph por ahí. Briêna, sin embargo, estaba segura de que en esa dirección se había escuchado el traslado. Tomaron el túnel de la derecha.
Mientras avanzaban, leves sonidos fueron definiéndose en la distancia. Se originaban enfrente, parecían voces, voces hablando en infernal. Voces que subían de tono. Voces que ahora estaban gritando y que era obvio que no estaban nada complacidas.
-¿Cuántos?- Preguntó Briêna comenzando a meter flechas entre sus dedos.
Ultak dio pasos tan silentes como un insecto y asomó con una calma pasmosa la cabeza al otro lado del túnel. Luego estiró la mano hacia atrás, levantando cuatro dedos, y luego uno más.
-Cuatro que pueden pelear, uno incapacitado- le susurró Briêna a Syuss.
Un sonido clarísimo sobresaltó a los dos rezagados. Un latigazo silbó en el aire y se estrelló claramente contra una piel dura. Se escuchó un gemido y lo que pareció una maldición en infernal. Fue cuestión de instantes antes de que Ultak aferrara el hacha con ambas manos y emprendiera la carga hacia el final del túnel, rugiendo como fiera. Briêna corrió tras él, tensando al máximo la cuerda del arco y soltó tres sibilantes proyectiles en direcciones distintas.
Syuss, que se había quedado solo, cerró fuertemente los ojos y sus labios empezaron a proferir la lengua prohibida de los Athani: el alto dracónico.
-Aphiliae, Karnae lashe in tornae, draconii sum- resonaron las palabras con un grave y profundo eco en la caverna. Entonces sucedió que un dolor terrible se clavó en el vientre del athani, quien se dobló sobre sí mismo con las manos empuñadas sobre el torso. Un quejido constante fue escapando de sus labios y tornándose cada vez más gutural hasta convertirse en un gruñido. El dolor se volvió insoportable y de pronto cesó. Syuss contempló sus manos, que ya no estaban ahí; en su lugar había un par de garras cubiertas de duras escamas y uñas largas y afiladas.
Se escucharon dos golpes huecos y varios zumbidos. La batalla entre tuleph, semiorco y elfina había dado inicio.
Al dar su décimo paso, Ultak había llegado hasta el lugar donde cuatro tuleph castigaban a Curbath, quien, de rodillas, soportaba los latigazos. Tenía las alas atadas a las manos y éstas a los tobillos. El más alto de los tuleph sostenía el látigo en la mano derecha, le faltaba un ojo y se notaba que su jerarquía era mayor por la simple expresión del rostro. El hacha de Ultak se dirigió certeramente hacia él, abriéndole una herida monstruosa en el pecho y salpicando las paredes de roca de una sangre grisácea y viscosa. La reacción de otros dos tuleph se vio bruscamente cortada por las flechas que les atravesaron la piel y se incrustaron en sus cuerpos. El último de ellos levantó la espada y dirigió un grito lleno de ira hacia Briêna, pero antes de descargar su golpe sintió cómo seis filos agudos le desgarraban la espalda. Giró en redondo para encontrar al enemigo, pero lo único que se encontró fue a una criatura de horribles ojos amarillos que le contemplaba con una rabia visceral. El rostro totalmente cubierto de escamas negras era casi el de un dragón, y largos colmillos sobresalían de las fauces abiertas. Su cuerpo estaba cubierto de túnicas negras, pero era fácil suponer que todo el cuerpo estaba protegido por aquellas gruesas escamas. La expresión de miedo que apareció entonces en el rostro del tuleph desapareció tras el potente garrazo que le desfiguró la cara.
El contraataque fue furioso, pero caótico. Entre atemorizados y sorprendidos, de los cuatro tuleph que estaban en condiciones de dar pelea, dos descargaron sus filos contra Ultak y Briêna, hiriéndolos ligeramente, mientras los otros dos intentaban dar muerte a aquel hombre dragón. Sin embargo, antes de que llegaran a atacarlo, dos potentes alas cartilaginosas surgieron de su espalda y se agitaron con fuerza, elevándolo hasta casi tocar el techo de roca. Los tuleph desplegaron también sus alas, pero no habían emprendido aún el vuelo cuando el monstruo emitió sonoros gritos:
-¡Glaciae anphil drokön!
Y tras este comando, el aire estático de la caverna se concentró en círculos ascendentes alrededor de la criatura y fue congelándose por obra de un arte secreto, formando agudos filos de hielo que parecían danzar en derredor del hombre dragón, a una velocidad meteórica. Las garras se abrieron a ambos lados del cuerpo y los filos de hielo cortaron, desgarraron, hirieron, laceraron y desaparecieron. La cueva quedó en silencio. Cuatro cuerpos yacientes, sangre gris derramada en grandes charcos. El dragón cayó al suelo, gimió lastimeramente y volvió a convertirse en Syuss.